El Sacerdocio Templario
El Sacerdocio Templario es ligado al Temple. No hay temple sin oficio templario, sin sacerdocio templario y sin sacramento templario. Nadie puede llamarse templario si no está ligado a este oficio religioso y si no está ligado a Dios por este oficio. El oficio templario reúne, expresa y resume todos los elementos de la doctrina templaría en materia de fe.
Así mismo, es el lugar de encuentro y comunión de todos los que confiesan el amor de Dios visiblemente manifestado a los hombres en Jesús – Cristo, hijo de María verdadero Dios y verdadero hombre.
El oficio recuerda al católico, al protestante, al ortodoxo, al musulmán, que poseen las bases de una piedad y de una fe comunes para un retorno a las fuentes de la verdadera religión, tal como está se manifiesta en particular en la época de los esenios, antes y durante el Ministerio de Jesús. En los tiempos presentes como en el medievo o en el siglo octavo en tiempos de la tabla redonda, los templarios son y fueron de está filiación esenia y ellos se expresan sobre dos planos en materia de vida sacramental.
Exteriormente (exotéricamente): La orden del temple tiene por rito sacerdotal la misa eucarística, a la que está ligada el sacerdote católico, célibe.
Interiormente (esotéricamente): La orden del temple está unida al rito esenio, reservado a la iglesia interior, rito practicado por el oficiante templario, laico, escogido entre los caballeros y generalmente casado.
Ante el fenómeno de dimisión masiva de las iglesias, el tiempo de afirmar claramente que mas allá de los rituales flotantes y demagógicos de la Cristiandad actual, más allá del ecumenismo que no osa llamarse cisma, existe un santuario discreto, una ¡iglesia interior!, cuya estabilidad no varía y que perpetua el rito esenio, tal como fue siempre practicado en el seno de la orden del temple, rito que reposa esencialmente sobre la ofrenda a Dios de los productos de la tierra, por la pareja sacerdotal que constituyen el oficiante y su esposa que tiene el papel de diacono.
El respeto de esta complementariedad del hombre y la mujer testimonian el rescate de la humanidad. Todos los oficiantes han recibido la consagración especial necesaria para el ejercicio de este sacerdocio ¡que les religa de manera ininterrumpida a los oficiantes de la orden medieval y más allá de los tiempos a los oficiantes esenios!
Está consagración hace de nosotros, soldados de la milicia apostólica de Cristo, de alguna manera sacerdotes de María. Es decir que nosotros no nos consideramos como concurrentes o sustitutos de los sacerdotes de Cristo, consagrados en la iglesia de Pedro, simplemente nosotros somos complementarios y comprenderéis por qué en unos instantes.
Cuando un oficiante no está casado o que su esposa está ausente, él llama a uno de sus hermanos para ayudarle. La comunión templaría, que en el temple tiene todo el valor y la plenitud de la comunión no exige de parte del que participa una confesión previa a un sacerdote o a un oficiante, no obstante, son los confidentes herméticos de todos estos, templarios o no, que deseen abrirse a ellos con sus problemas.
Para comprender la comunión templaría, debéis saber que el oficiante soltero o casado no puede llamar a otra hermana para servirle de diacono, esto sería desnaturalizar profundamente la significación de la pareja sacerdotal en sus polaridades físicas, anímicas y espirituales complementarios. Ya que la pareja sacerdotal prefigura la restitución de Adam – Eva original en su dignidad anterior a la caída, en la dignidad restituida del Adam – Eva final.
Se trata en el oficio templario de la ofrenda de los frutos de la tierra en homenaje a Dios, tal como ésta aparece en el alba de la creación con Adam y Eva y cuyo abandono se traduce en verdad por la auténtica falta o pecado original.
Ulteriormente durante el encuentro entre Abraham y Melquisedec esta ofrenda restablecería el rito interrumpido, significando así el comienzo de la reconciliación del hombre con Dios. No entra en la comunión templaría ninguna noción de sacrificio; el pan el vino preparados sobre el altar son destinados a ser fecundados por el verbo divino y simbolizando magníficamente la sustancia universal, la carne de maría, que por la alquimia maravillosa de la inmaculada concepción se convierte en el cuerpo y la sangre del Hijo de que Ella engendra.
El oficio templario es verdaderamente el sacramento que toma su fuente en la madre; él identifica las especies a Jesús hijo del hombre y las propone a la iglesia, es decir a los hombres de este siglo, para hacer que en vosotros y en nosotros hagamos nacer el Cristo, hijo de Dios.
En el sacerdocio Templario, la comunión templaría es el signo por el cual, con el concurso permanente, necesario e indicativo de la pareja sacerdotal ante todo y en su complementariedad con el sacerdote de Cristo (sacerdote romano) el plan de Dios se realice para devolver al hombre su vocación Divina.
Como sabéis el oficio no es una imitación ni una especie de reemplazo de la misa. Cuando se toma el pan mojado en vino, consagrados por el oficiante tal como él tiene el poder, se participa a la exaltación del Cristo Glorioso, del Cristo Resucitado, del Cristo de los Últimos tiempos, el “Cristus Víctor” más allá del Cristo doloroso y crucificado que el sacerdote celebrando la misa eucarística sacrifica, identificándose al Cristo Sacrificado, ofreciéndose con Él.
Jesús él mismo no se definía así: “yo soy el Alpha y el Omega, este que es, que era y que viene…”. Sacerdotes y oficiantes – precisémoslo – concelebran a menudo el oficio eucarístico templario y si nosotros reservamos generalmente esta celebración en la orden es para no exponer a nuestros sacerdotes a las presiones inadmisibles de una parte del aparato clerical.
Sacerdotes y oficiantes, he aquí lo que ilustra bellamente el antiguo sello del temple sobre el cual dos caballeros cabalgan sobre la misma montura. El tiempo está próximo donde nada subsistirá de esto que singulariza hoy cada una de las iglesias.
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Los hermanos Diáconos nos dan sus palabras y nos muestran el camino aDios y su doctrina nos enseña a seguir nuestro camino y forjarnos el alma