El «Mas Allá» templario – preparativos en la muerte
Los preparativos para la muerte en el «Más Allá», templario, en cuando llega la hora, es algo que siempre ha preocupado a todos los pueblos y culturas. El cristianismo se muestra partícipe de esa preparación hacia el Más Allá y la búsqueda de la resurrección del cuerpo es sin duda un concepto que la diferencia del resto de religiones.
Los templarios, como buenos cristianos, tuvieron en cuenta estas creencias y siguieron unos rituales para cuando tuviesen que enfrentarse al irremediable encuentro con la muerte.
Era tradicional de la Orden del Temple enterrar a sus muertos con el rostro vuelto hacia abajo; con ello se procuraba un mayor contacto del difunto con la Madre Tierra, porque es en el Más Allá, al traspasar los límites de su existencia mundana, donde se encontrarían para rendir cuentas al Altísimo.
Con ello, no sólo se rendía un justo homenaje a la Madre Tierra, sino que se hacía patente la proclama cristiana de Pulvus Eris et in pulvis reverteris, según la expresión original Terra Eris et in terra reverteris. De este modo, los templarios recuperaron para la figura de la Madre un papel importante que, con el patriarcalismo hebreo, adoptado por el cristianismo, la Virgen María había perdido; y la Madre está relacionada con la tierra, engendradoras, ambas, de vida.
“El rostro del muerto vuelto a la tierra es expresión de un regreso a la sacralidad primitiva, con todas sus consecuencias”, recuerda. Ésta es, por lo tanto, otra de las ancestrales tradiciones que el cristianismo, de corte machista, había arrinconado, pero que los templarios supieron muy bien recuperar.En la iglesia parroquial de Castromembibre (Valladolid), dedicada a Nuestra Señora del Templo, se puede ver a una santa que hace el signo “de la liebre”; al lado mismo, se venera también una curiosa santa Ana, la madre de la Madre.
Los caballeros templarios, incluso después de muertos, siguieron manteniendo buena parte de su aureola de misterio; el fervor popular que, en la mayoría de los territorios hispanos, dominaba en la sociedad medieval, se hizo evidente cuando, en numerosos casos, muchos de sus Freires, al pasar al mundo de los muertos, fueron objeto de insólitas veneraciones.
Porque, con el transcurrir de los tiempos, estos sarcófagos de piedra se convirtieron en “lugares de poder”, a través de la energía que, según la tradición popular, transmitían los cuerpos allí enterrados. Se conocen los nombres de algunos de estos Freires, pero otros siguen estando en el más absoluto misterio.
Uno de los enterramientos de Freires envuelto en una atmósfera de santidad es el de frey Juan Pérez, el brujo templario tan vinculado con el arte de la cetrería y el halcón, de la insólita iglesia de Santa María la Blanca, en Villalcázar de Sirga, sobre el Camino de Santiago en tierras palentinas.
La estatua yacente del primer comendador de aquella influyente encomienda se alza cerca del altar mayor de la iglesia; las mujeres de la Tierra de Campos, durante la noche de San Juan y el día de Todos los Santos, siguen depositando velas sobre este sarcófago, con el fin de invocar al Más Allá para que sus hijos sean precoces tanto en el hablar como en el andar; esta Virgen –Santa María la Blanca- del siglo XIII fue una de las imágenes que más influencia tendría en la Cantigas gallegas de Santa María, escritas por Alfonso X el Sabio.
En la villa de Horta de Sant Joan (Terra Alta, Tarragona), volvemos a encontrarnos con un singular conjunto de enterramientos templarios, los cuales, desde la Edad Media y hasta el siglo XIX, dadas las dimensiones de los sarcófagos, fueron objeto de veneración; el lugar es el santuario de la Mare de Déu dels Àngels, de la citada población del sur de Catalunya.Los tres pétreos sarcófagos, conocidos popularmente como los Gentiles, pertenecían a frey Bertrán Aymerich, primer comendador de Horta de Sant Joan, y a los caballeros Rotlà y Farragó.
Los sarcófagos de estos últimos son de grandes dimensiones físicas (en torno a los dos metros de longitud), de ahí la calificación de las tres tumbas, las cuales, además, exhiben en su exterior una gran riqueza de símbolos (cruces célticas, enigmáticos signos cabalísticos, rosetas espanta-brujas, etcétera).
Recordemos que la Terra Alta es una de las comarcas catalanas más ricas en tradiciones de brujería y templarías. Pues a estas enormes tumbas acudían las madres de los pueblos de la comarca (Bot, Batea, Gandesa, Arnés, además de Horta de Sant Joan), para colocar una vela sobre los sarcófagos, al tiempo que rozaban la tumba con alguna prenda infantil, pidiéndole a la Virgen de los Ángeles, la patrona del templo, que sus hijos nacieran tan grandes, fuertes y sanos como los allí enterrados, y con la sabiduría del comendador…
El pueblo toledano de Malamoneda le debe su nombre a una curiosa leyenda que se ha mantenido con el paso de los tiempos. Según ésta, un caballero, por la codicia, traicionó a los demás compañeros al vender la ciudadela a los hispano-musulmanes; toda la guarnición fue degollada por los invasores, y sus despojos arrojados por los roquedales, siendo devorados por las alimañas.
Años después, con la conquista cristiana de la fortaleza, se pudo comprobar que los cuerpos de los caballeros, al caer sobre las rocas, habían fundido la piedra y formado los sepulcros, preservándose los restos de los templarios de las fieras.
Así estaban todos los templarios, menos uno, el traidor, del que los córvidos sólo dejaron el esqueleto, que mantenía en su mano izquierda unas monedas en recuerdo del cobro por su traición; esta moneda más bien sería el pago que, en el Más Allá, se abonaría a Caronte, para atravesar el lago de fuego Estigia, etapa crucial en el viaje hacia el paraíso.
Estos sepulcros aún pueden verse y, hasta hace pocos años, el día uno de noviembre, festividad de Todos los Santos, seguían acudiendo a ellos las gentes de la vecina aldea de Hontanar que tenían algún familiar enfermo; con ello, se pedía a la Virgen una muerte dulce, si la curación plena no fuera posible; “a cambio dejaban velas sobre la roca y pasaban por ella una moneda que llevaban al enfermo.
Si éste sanaba la guardaba como amuleto toda su vida y si fallecía lo enterraban con ella en la mano…”. Costumbre pagana muy apropiada al lugar, si recordamos que este enclave castellano-manchego antes fue un territorio de fuerte peso durante el período visigótico (Santa María de Melque), y en la Protohistoria un centro de culto celta y romano, donde se adoraba a las divinidades de la muerte y de los infiernos: Hades y Proserpina.
Haciendo excavaciones arqueológicas en el subsuelo de la nave primitiva de la iglesia del Crucifijo, de Puente la Reina (Garés), aparecieron algunas sepulturas templarías. La particularidad de los esqueletos allí encontrados era la postura en que fueron sepultados al morir, con el rostro vuelto hacia la tierra; incluso se dice que uno de los innumerables misterios que se mantienen sin resolver en la esotérica atmósfera de esta iglesia de peregrinaje fundada por los caballeros templarios en el año 1142.
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